Anclar. Imaginar el opuesto














Concepto y dirección: Fabiana Capriotti
Performers: Lucía Disalvo, Paula Müller, Ana Armas, Dalilah Spritz, Roberta Menzaghi, Elina Rodríguez, Mariela Puyol.
Diseño de luces: Julieta Ascar
Asistente de luces: Aldana Fernández
NoAvestruz
Marzo. Jueves a las 21:00 horas.
Foto: Claudio DiVella.

Cuerpo=danza. Doquiera que el cuerpo sea será la danza. ¿Quién que es no es en un cuerpo, quién, entonces, no propende, en cada instante a generar la danza en sí? No es el baile, instancia cultural, lo que se aborda, sino la Danza, postulado epistemológico de la condición humana, lo que se pone en juego en Anclar, situación-espectáculo-experiencia-disertación dinámica colocada – hipostasiada – en la mente del espectador como el dardo en la diana: de forma contundente.
El punto conceptual de origen, en Anclar, es similar al problema situado hace décadas por el músico John Cage, quien observó que el silencio es mera convención, menos cierto aun que el cero: el silencio verdadero no existe, imposible concebirlo; así, la quietud. La quietud absoluta también es imposible, qué vértigo: todo se mueve, siempre, aun en la improbable categoría cero absoluto es dado concebir potencia móvil. Tal es el tema (tema como impulso, tema como trama y horizonte) del lance generado por Capriotti, perpetuum mobile, un dispositivo coreográfico que da la impresión de haber comenzado desde siempre, desde antes del comienzo, y porta el aspecto de no concluir, a menos que… De acuerdo con Paul Valéry, “una fórmula de danza pura no debe contener nada que haga prever que tiene un término. Son eventos extrínsecos los que la llevan a la conclusión; los límites de su duración no le son intrínsecos; son las convenciones del espectáculo, o la fatiga, o el desinterés lo que interviene. Pero ella no tiene nada que la haga terminar” (Philosophie de la danse, Gallimard, 1957). Estamos –públicos, performers, técnicos- en el fundamento de nuestra cualidad significante, en tanto que cuerpos (“El hombre es un signo que produce signos”, Octavio Paz), en tanto que vehemencias energéticas que ofrendan su dirección y magnitud al convívio que toda acción teatral supone.
Obra (en tanto que obra para sí la estructura programática de sus asociaciones, allende la ficción) de crisis es Anclar, de ahí el complemento de su título: Imaginar el opuesto. Se trata de revelar la condición de todo motor fundamental a partir de alianza dramatúrgica de opuestos. Amagatsu, Ushio (La danza y su cuerpo, en Revista DCO, No. 0, 2004): “Danza, danse, dance, tanz. En español, francés, inglés, alemán, la palabra, según los diccionarios, significa originalmente alargar, distender, estirar (…). Etimológicamente se puede remitir la palabra al sánscrito: tan. En griego existe la palabra teiveiv y en latín teneo, las cuales nos reenvían a la idea de alargar, distender: tensión (…). El movimiento nace de esta oscilación entre tensión y distensión”.
Siete bailarinas, cuatro de ellas vestidas con indumentarias oscuras y sin afeites, tres de ellas completamente desnudas, adecuadamente llamadas performers (performer, sujeto que realiza la acción, hacedor; de ahí pontifex, hacedor de puentes) suscitan la enramada oscilatoria de energías que es esta fracción de eternidad montada (articulada cual montaje para cine: imagen tras imagen) en cincuenta minutos de tiempo cotidiano. Su creación es mover, moverse, ser movidas y ser el Movimiento, mientras observan una consigna rigurosa: declarar verbalmente, con frases cortas y precisas, la acción que harán, la que llevaron a cabo, la que desean hacer o la que imaginan que harían en tal o cual oportunidad. Dinámica más declaración igual a crítica del lenguaje como absoluto, crítica al Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein y crítica rotunda a los coreógrafos que insistir en dividir acción y emoción, narrativa e historia. Todo lo que se puede danzar –y aquí estamos al borde de arriesgar a decir que o todo es danza o hay una parte considerable de danza en la Génesis del Todo- se puede decir y de lo que no se puede hablar, mejor danzar. El comentario lingüístico resulta nimio, palidece ante la acción, ante el esfuerzo, ante el aura virtual del peso convertido en energía, ante la no obligatoriedad del movimiento consignado por la doxa y la labor. Raymundo Mier (El tiempo de la danza: duración, finitud y gratuidad, en Revista DCO, No. 1, 2005): “La atribución de valor a lo inútil –por parte de la danza- hace autónomo ese gesto ético de la necesidad. Lo proyecta plenamente en el peso que adquiere esa dilapidación para la consolidación del sentido de sí, para la construcción de un relieve del mundo, que no puede ser sino una valoración efectiva no de la vida biológica, sino de la experiencia misma”.
Danza necesaria. Anclar es una mera convención para hacer patente el hojaldre de capas de movimiento que, al unísono o a partir del colapso y la contradicción, suscitan las potencias fructíferas del encuentro en el que brotan las apariencias y apariciones del sentido metafórico de la presentación (que no representación) artística: el sello femenino de lo que se dice moviéndose, de lo que al moverse se dice y nos dice, y la ausencia de una fábula que nos preserve del reto de este rito profano, de la convocatoria en torno al fuego de la experiencia que se sabe dinámica y se vive en la resignación del cambio interminable. Vale el pleonasmo: danza para el instante.
Los cuerpos en anclar son lo que son, lo que todos, de una u otra manera, podemos ser cual cuerpos: tejidos de deseos, alianzas entre opuestos, potencias de cambio que, justo antes de cambiar, reclaman su pasado fundador, su identidad. Dentro de este marco, resulta notable la concentración y la generosidad de cada bailarina, de cada performer: ofrendan la construcción de su persona al instante de la convivencia, a la voluntad de la danza, de su danza.
En una escena culminante, las siete performers salen del centro de la escena y sólo quedan objetos y la propuesta de imaginar la escena. La danza, por supuesto, sigue ahí, entre nosotros, en nosotros. Y seguirá, hasta, lo sabemos, “el desinterés o la fatiga”. En lo efímero, cuánto se pierde de verdad, ¿no existe acaso Todo en todas partes?
Asumido con coherencia, con entrega, con fortuna, por encima de las tendencias a la moda, o a la demora, del impulso a “improvisar”, Anclar. Imaginar el opuesto es una creación genuina y trascendente, y como tal destaca en la oferta actual de Buenos Aires. (Gustavo Emilio Rosales)